El juego de la sorpresa
Zach Cregger regresa. El director de Barbarian, uno de los nombres más sorprendentes de la nueva generación de realizadores, vuelve a poner patas para arriba al cine de género con una historia llena de giros y sorpresas. En La hora de la desaparición, nada es lo que parece.
¿De qué va?
Cuando todos, excepto un niño de la misma clase, desaparecen misteriosamente en la misma noche y exactamente al mismo tiempo, una comunidad se queda preguntándose quién o qué está detrás de su desaparición.
Renovados y frescos aires, esos que sólo algunos realizadores (como el caso de los hermanos Philippou con Bring Her Back) logran ofrecer a una pantalla grande algo cansina y aburrida. La hora de la desaparición se siente como una heredera natural de su opus anterior Barbarian, y comparte su actitud algo punk y disruptiva.

La historia toma un tropo común en la ciencia ficción pero aplicado al terror: a las 2:17 de la mañana de un día de semana todos los niños de una misma clase (a excepción de uno) salen corriendo de su casa con los brazos abiertos, desapareciendo.
Esto crea un conflicto en todo el pueblo, que no duda en agarrársela con la maestra en cuestión (interpretada por Julia Garner). La primera buena decisión es dar lugar a un relato fragmentado, que va cambiando la focalización en cada uno de los actores sociales de la situación.
Primero vemos a la maestra, luego a uno de los abrumados padres (Josh Brolin), también a la policía (Alden Ehrenreich), el director de la escuela (Benedict Wong) y finalmente el niño sobreviviente (Cary Christopher). Esta estructura, medio Tarantinesca, permite estirar el misterio e ir descubriendo el misterio de a gotas.

Lo más potente que tiene el cine de Zach Cregger es su capacidad de manejar la información para nunca ofrecer una situación esperable u obvia, generando ese sentimiento lúdico y sorpresivo del maravillarse con una historia. Algo más ligado a la infancia, y no tanto a lo solemne de las reglas conocidas del género.
¿Estamos ante una película de terror? ¿De ciencia ficción? ¿De monstruos? ¿De satanic panic? ¿De zombies? El juego está en encontrarlo a medida que el relato avanza, un relato que pone el foco en los personajes y que a partir de los retazos de su rutina, ofrecen información que va completando el rompecabezas.

La hora de la desaparición (Weapons, en su nombre original) es incómoda, pero no aprovecha la oportunidad de regodearse con el horror que generan los niños y su desaparición. Ellos son la excusa para poner en movimiento las cosas, para contar lo que el autor quiere contar.
Teniendo en cuenta que el director es también guionista, todo parece encajar para lo que se está relatando. El ritmo, los cortes, la elección de situaciones… se nota la ausencia de confrontación artística, convirtiendo la película en un bloque coherente y potente.

Y los últimos dos puntos positivos por remarcar, y que conectan con lo anterior: el tono correcto de las actuaciones (todos viven en una instancia entre lo mundano y lo exagerado, permitiendo que en los momentos más estrafalarios nada desentona) y la conformación de reglas claras y coherentes del universo y su verosímil.
La hora de la desaparición es una gema de esas que no abundan. Un muestra que el cine de autor aplica a cualquier género, y que las pesadillas se pueden generar desde cualquier resquicio oscuro de nuestra cotidianeidad. Sólo debemos ser valientes para adentrarnos en ellos.
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