Una película argentina, pero no…
Una pareja en crisis, un amigo con indicios de andropausia, malas inversiones, un barco en la mitad de ¿Argentina? ¿Brasil? ¿Uruguay? y Natalia Oreiro… mezclás todo y sale Asfixiados.
¿De qué va?
Después de veinte años de casados, una hija y carreras exitosas, Nacho y Lucía hace tiempo que no están solos. La rutina aniquiló la intimidad. Se miran y a veces no se reconocen. Él se volvió un adicto a su productora y ella a su restaurante. Pasar unas vacaciones románticas en un velero de lujo junto con dos amigos le pareció una idea genial a Nacho, y Lucía aceptó. Sin embargo, mientras que en tierra firme cada uno hace su vida por su lado, en un velero no hay a donde escapar, no hay treguas.
Como un anuncio del desastre que se avecina, el velero comienza a tener desperfectos y una tormenta termina de romper la embarcación. Lucía y Nacho quedan solos y a la deriva.
Existe un gran problema con nuestro cine: aunque hace años que existe y hasta tuvimos una industria, es complicado en las grandes producciones separarse de copiar modelos externos, haciéndole perder la escencia (si eso existe…) de la idiosincracia del lugar de donde surge el relato.
Si se piensa Asfixiados a nivel productivo, es un proyecto de bajo presupuesto: tiene dos locaciones (una casa y un barco), y 6 personajes en total (uno de ellos sólo aparece en videollamada) más un par de extras. El peso pesado aparece con su dupla protagonista compuesta por Leonardo Sbaraglia y Julieta Díaz, y luego en el agregado de la figura de Natalia Oreiro que parece cumplir con un favor apareciendo dos veces en formato videollamada.
Hay un conflicto en el relato que viene de la mano con una búsqueda constante de las películas que buscan mercados internacionales (ya sea por la vía festivales o por la vía plataformas) salvo algunas excepciones: la historia se cuenta en una Argentina de alta alcurnia, en donde todo es lujo y sólo vive gente blanca y hegemónica. Eso sí; se habla BIEN ARGENTO, como Sbaraglia demuestra a cada rato intentando generar la risa con sus puteadas.
Eso hace que hasta el lugar sea extraño e inclasificable, podría ser Uruguay (pero como soy pobre, no conozco), o incluso Italia (aunque luego nos enteramos que uno de los personajes quiere viajar allí), así que tampoco, pero definitivamente no es Argentina. Todo ese lujo -que no es tanto vulgaridad porque nunca se pone en conflicto- no nos permite empatizar con los personajes y su situación, que básicamente son el eje de toda la historia.
Todo se habla en dólares, todo es super-producción y todo ese alejamiento de la realidad en la que vivimos en nuestro país sí parece desviarse a los personajes: ellos no saben quienes son, no se conocen, no entienden lo que cada uno está atravesando. Incluso el padre no parece ni tener relación con su hija más que espiarla a la escucha detrás de una puerta. Puede que haya alguna búsqueda en eso.
Los personajes secundarios son Marco Antonio Caponi y Zoe Hochbaum, una pareja liberal y abierta muy progre y como tal… totalmente fake, más si entendemos la diferencia de edad y los proyectos de ambos. Se podría haber aprovechado alguna dinámica de deseo cruzado, pero eso se diluye luego de una escena bastante poco interesante donde ambas mujeres cantan juntas tomando champagne.
Incluso, cuando el conflicto estalla (ya casi llegando al tercer acto, tarde y de manera bastante torpe) ellos deciden bajarse -literamente- del mismo… por lo que su presencia sólo es necesaria para que la pareja protagonista no arranque a estar sola desde el principio. Con el diario del lunes, si llegaban después y se quedaban un poco más con ellos la tensión hubiese sido aún mayor.
La figura del barco es la que guía toda la razón de ser de la película. Uno se imagina que primero consiguieron un barco y después surgió todo lo demás. Claro que para un conflicto tan teatral asusta encontrar que hubo cuatro guionistas acreditadxs, lo que permite también entender algunos desbarajustes o situaciones desprolijas… tantas voces diferentes hablando al mismo tiempo en una historia de primera vista tan simple sólo ensucia el resultado.
Hacia el final no importa que nada tenga sentido, o que los personajes actúen alocadamente producto de sustancias o la excusa argumental que sea. Hay un momento de conexión en los personajes que se debería sentir «real», pero que producto de todo el devenir tambaleante de los elementos de la puesta en escena, terminan perjudicando a la película que podría haber resaltado mejor la figura de sus protagonistas.
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