El camino del héroe gatuno
Un mundo al final de sus días, el agua inundándolo todo, la humanidad desaparecida… y en el medio, un gato negro capaz de enfrentarse (junto con un equipo imposible) a lo que está por llegar. Flow es una experiencia audiovisual de excelencia en tiempos de narrativas endebles.
¿De qué va?
Flow se ambienta en un mundo al borde del colapso donde un gato solitario se embarca en un viaje a través de paisajes místicos y desbordados tras una gran inundación. Junto a un grupo diverso de especies en un barco flotante, deberá aprender a colaborar para sobrevivir y adaptarse a su nuevo hogar. Un viaje lleno de desafíos y belleza visual que hará reflexionar sobre la adaptación y la convivencia.
El mundo de la animación continúa siendo el espacio de trinchera para nuevas narrativas. Aquellas capaces de convertirse en éxitos de culto con una película sin diálogos y de Letonia.

Gints Zilbalodis dirige, apalancándose en la capacidad de las imágenes para sorprender y llevarnos a través de las emociones. La historia, sencilla en sus inicios, relata un posible fin del mundo en dónde el agua está inundándolo todo.
Pero finalizando el primer acto es cuándo se comienza a sentir que la búsqueda no es sólo de supervivencia. Hay algo más en Flow, una crítica al modelo occidental de consumo y vivencial, pero con la sutileza y el buen gusto como soldados en primera línea.

La estética acuarelada pero realista, con sesgos de «render-que-no-finalizó», se suma a un manejo ejemplar en las acciones de los animales y la fotografía de los lugares que habitan, creando una sensación de limbo entre la extrañeza y el mundo conocido.
Una nota disonante, un armónico algo desvencijado, que nos permite meternos de lleno en el universo que el director propone.
Sufrimos por estos animales (el gato protagonista, un perro bobalicón pero bueno, un carpincho sabio, un mono con tendencias compulsivas y un ave que conoce algo que nosotros no), nos divertimos con ellos y nos maravillamos con sus descubrimientos.

Cómo si se tratase de la Odisea, nuestro héroe oscuro de cuatro patas se sube a un barco para descubrir lo que está más allá de su conocimiento. Estará a merced de animales que lo quieren asesinar, del agua que no para de crecer y de un clima cambiante que pone a todos en peligro.
Pero todo caos es cambio, y todo cambio oportunidad. Y Flow apunta a eso. La veta oriental, pseudo budista, se va infiltrando a borbotones, convirtiendo a esta película en un híbrido entre el cine de Miyazaki y The Wild Robot.

Cuando nos golpea la extrañeza, aparece alguna situación que nos recuerda a nuestras mascotas, y volvemos a sentirnos a resguardo. Para luego volver a llevarnos por situaciones que se asemejan más a David Lynch que a un «dibujito».
Flow es una gota de agua en un desierto, una posibilidad de deleitarnos con un bonito espectáculo de luces y colores que se queda habitando nuestro pecho días después de consumirlo. Una experiencia inmersiva que vale la pena ver en pantalla grande, y volverla a ver.
Porque todo es cíclico. Y si no, rima.
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