¡Viva la revolución!
Paul Thomas Anderson vuelve a la pantalla grande con una radiografía en tono sátira, qué -como lo agridulce de la realidad actual- hace reír e indigna en partes iguales. El patetismo, la progresía, los lugares concentrados de poder y las nuevas revoluciones en Una batalla tras otra.
¿De qué va?
El revolucionario fracasado Bob (DiCaprio) vive en un estado de paranoia por culpa de los efectos de las drogas, sobreviviendo de forma aislada con su enérgica e independiente hija, Willa (Infiniti). Cuando su malvado némesis (Penn) reaparece después de 16 años y su hija desaparece, el ex radical lucha por encontrarla, padre e hija lucharan contra las consecuencias de su pasado.
El cine se viste de fiesta cuando Paul Thomas Anderson decide regalarnos su arte. Uno de esos directores capaces de convocar sólo con su nombre, un camaleon que atraviesa diversos géneros invocando una sola variable: su propia manera de ver el mundo.

Una historia que funciona de excusa para todas las historias. La lucha de un padre al que el título y la vida le quedan algo grande, pero que su propio patetismo naive es el motor benigno para salvar el mundo. Un militar por demás limítrofe, que ante el menor atisbo de poder se convierte en una máquina de sortear la ley. Y luego, muchos héroes impensados, callados, en los márgenes, siempre disponibles.
Ya desde el primer plano de la película, cuando el seguimiento de la cámara a un personaje se divide en un montaje interno con una banda de inmigrantes a la izquierda del plano y a uno de los revolucionarios a la derecha sobre un puente, nos damos cuenta que estamos ante el material con el que se hace el CINE.

Pero eso no es suficiente, ya que el cine es un arte complejo y plural. Y allí aparece la vida, los actores, la encarnación de una visión reflejada en un tridente masculino imparable (Leonardo DiCaprio, Sean Penn y Benicio Del Toro) y una sangre joven femenina, brillante y exaltada (Regina Hall, Teyana Taylor y sobre todo la recién llegada Chase Infiniti).
PTA (iniciales inconfudibles del director) sabe jugar el juego de la comunicación, y Una batalla tras otra es tanto una historia cargada y tensa, llena de momentos desesperantes y risas incómodas, cómo también una radiografía mordaz sobre la Estados Unidos que nadie quiere retratar, por miedo a seguir bajándola del pedestal que el capitalismo la colocó.

Homeland Security, o la Seguridad Interna es de esas preocupaciones que cambió el modo de ver el mundo en el 2001. Desde la caída de las torres, el peor enemigo es el que está adentro, aquel que puede ser un vecino. Y allí aparece el grupo paramilitar de izquierda French 75, que tiene ideas revolucionarias para cambiar hacia algo mejor, pero olvidan estar compuestos por seres humanos.
Y el dominó que se activa: una traición, un hombre obesionado, un escondite y el paso del tiempo para demostrar que aunque pasen 16 años, casi todo sigue igual. PTA educa que no hay «buenos y malos», sino un sistema frenético y sombrío que excluye y no deja de excluir.
Y que cada día hay héroes anónimos batallando desde las sombras para cuidar a quienes nadie cuida.

Una batalla tras otra es un vademecum cinematográfico, el uso de la temporalidad, los planos precisos con el tiempo justo, el montaje como creador de tensión, el humor físico con el timing perfecto, los planos-secuencia estudiados hasta el milímetro. Quizás puede criticarse algo lo excedido del metraje, pero el resto es una experiencia recomendable en el cine, donde ocurre la magia.
Quizás sea la natural decisión de DiCaprio por proyectos exitosos, la fortaleza actoral de Penn o la sutil ironía de Del Toro, o tal vez que la presencia de un autor con voz propia y visión tan efectiva como un sniper, pero cada película de Paul Thomas Anderson sigue siendo una apuesta a ganador absoluta.


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