‘De todos los animales, el hombre es el único que es cruel. Es el único que infringe dolor por el placer de hacerlo.’ dijo Mark Twain. Y Animales peligrosos lo comprueba. Un thriller que mezcla el cine de tiburones y la compulsión actual por filmarlo todo.
¿De qué va?
Zephyr, una surfista rebelde, es secuestrada por un asesino obsesionado con los tiburones y llevada mar adentro, donde nadie puede oír sus gritos. Atrapada en su bote, deberá enfrentarlo e intentar escapar antes de convertirse en su próximo sacrificio.
El poster de esta película es algo mentiroso. Tiburones rodeando a una damisela en peligro sangrando, en el gran mar donde los gritos se ahogan. Pero a no confundir, no siempre el engaño es algo negativo. Esperando una clásica muestra del cine de escualos, nos sorprendemos con la aparición del peor asesino de todos: el hombre.

Animales peligrosos tiene personalidad, no apunta a lo obvio y va construyendo la tensión poco a poco. Arranca con las situaciones obvias en el subgénero de animales asesinos y desde allí va espiralizando hasta la aparición de Bruce Tucker (Jai Courtney) el dueño de un barco encargado de llevar a turistas a conocer tiburones.
La construcción sutil tiene una explicación: su director. Sean Byrne no es una estrella, ni tampoco muy prolífico, sin embargo se hizo un nombre con su ópera prima The Loved Ones (2009) y se consolidó con The Devil’s Candy (2015). En ambas producciones una constante: un asesino carismático.

La heroína es Zephyr (Hassie Harrison), una víctima que debe defenderse sola en el medio de un barco en altamar, con un fascineroso que se entretiene con su dolor. Su papel es completamente físico, pero nunca se convierte en una superheroína de acción.
El que parece divertirse y haber encontrado la horma de su zapato es Jai Courtney, a quien seguramente recuerden de Suicide Squad -donde hacía de Boomerang-, que acá disfruta cada segundo de la crapulencia del villano de la cinta. Su sonrisa socarrona, sus silencios o miradas fulminantes construyen alguien a quien temer.

Y el último elemento que aglutina es la construcción de un morbo por la imagen y el registro del dolor. En tiempos de redes sociales, y del celular/cámara siendo testigo de todo lo que sucede, es irónico que el placer del villano sea grabar a los tiburones atacando a sus víctimas con una cámara de video gigante. Una (para nada) sutil manera de retratar el presente.
Animales peligrosos es un thriller, es una película de tiburones asesinos, es un survival, y ante todo es sorpresiva. Una buena forma de mixear los tropos de diferentes subgéneros para dar algo entretenido y diferente. Y hoy, no es poca cosa.


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