Una de exorcismos, pero no tanto…
El cine de género tiene la capacidad de abordar temas escabrosos e incómodos, para resolverlos de manera ficcional a través del terror, los monstruos o eventos de caracter mágico. Crucifijo, la sangre del exorcista apunta a eso, a sanar a través de una posesión ¿demoníaca?
¿De qué va?
Cuando se descubren los restos de una víctima de un antiguo asesinato junto a un crucifijo, se desata la furia de un espíritu vengativo que estuvo encerrado durante siglos. Crucifijo, la sangre del exorcista cuenta la escalofriante historia de un exorcismo que salió terriblemente mal y de una venganza que trasciende la muerte.
Stephen Roach, director que arranca en su primer abordaje en el terror, decide utilizar los lugares comunes del género para ofrecer una divergencia, una suerte de nueva capa de lectura al concepto de la posesión exógena.
Crucifijo, la sangre del exorcista es una película independiente y pequeña en su alcance. Desde allí desplega su libertad para innovar sin la presión de los blockbusters y sus enormes presupuestos.
Todo empieza con una pareja en crisis, una familia que está atravesando lo peor como padres. Sara (Hannaj Bang Bendz) se encuentra frustrada y deprimida, mientras que su marido Fergus (Alex Walton) parece estar en negación.
Un viaje a las viejas tierras del padre de Alex los lleva a encontrar un extraño cráneo antiguo con una cruz clavada en él. Una suerte de presagio, aviso, destino. Que claramente ellos harán caso omiso, respetando las reglas del subgénero.
Desde allí, los habitantes del pueblo -que ven a Alex como un turista que vuelve sin conocer sus raíces- comenzarán a evidenciar que hay murmullos y secretos compartidos que los unen a la pareja protagonista, más de lo que ellos mismos conocen.
El director pone la vida en el relato. Los planos se sienten pensados, trabajados y queridos, al igual que la fotografía. El bajo presupuesto se nota en lo plástico, pero no en las intenciones. Lo genérico se evita al máximo, llevando algunas veces a búquedas algo barrocas.
La historia es la cenicienta de este relato. El encadenamiento de los elementos (pareja en crisis, muerte familiar, conexión con las raíces, religión, vikingos, secretos del pueblo y fé) ofrece una narrativa fresca que escapa de los convencionalismos, aunque los use a su favor.
La guerra del pasado, y sus religiones a nivel geopolítico, es el elemento que aglutina y unifica.
Pero el trabajo en lo gráfico no se repite ni en el montaje (con algunos tiempos muertos inentendibles) ni en las actuaciones. El registro de cada uno de los actores -algunos amateurs por demás- nunca llega a armonizar. Entre tanto plano bien construido se filtran interpretaciones que dialogan con lo gracioso.
Sin embargo, Crucifijo, la sangre del exorcista consigue mantenerse de pie a pesar de sus peones. A fuerza de una historia original y una búsqueda estética desde los planos, entrega una entretenida fábula de terror que une al pasado con el presente.
Un homenaje al cine de posesiones, que intenta despegarse hacia un nuevo lugar.
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