Manual para derretir corazones
Cuando no queda tiempo, no queda nada; pero muchas veces se puede decidir qué hacer con eso que se nos entrega, que se puede ver como una maldición o un milagro. Andrew Garfield y Florence Pugh demuestran todo su ángel en El tiempo que tenemos.
¿De qué va?
Almut, una chef ingeniosa e imparable y Tobías, un recién divorciado que busca su camino en el mundo, se conocen en un encuentro sorpresa que cambia sus vidas. A través de momentos de su vida juntos, enamorándose el uno del otro, construyendo un hogar, convirtiéndose en una familia, se revela una difícil verdad que sacude sus cimientos. A medida que se embarcan en un camino desafiado por los límites del tiempo, aprenden a apreciar cada momento de la ruta poco convencional que ha tomado su historia de amor.
El director irlandés John Crowley dispone de Andrew Garfield y Florence Pugh para un drama romántico sobre lo inevitable de la vida, aquello que no podemos controlar.
El tiempo que tenemos puede entenderse como esas experiencias lacrimógenas que nos dejan un hueco en el alma cuando las luces del cine se encienden. Pero no.
Afortunadamente, Crowley evita todos los golpes bajos con un conocimiento del género luego de sus experiencias en Life After Life y Modern Love. Lo que queda al terminar es un sentimiento agridulce.
Lo que se cuenta es, básicamente, el desarrollo de una historia de amor desde sus inicios hasta la instauración de una familia. El truco es la estructura aleatoria, que nos va ofreciendo la información a retazos y nos obliga a estar más atentos.
Lo de ambos protagonistas ya es conocido: cuando aparecen en plano, éste mejora. Cada participación de Garfield y Pugh recarga la pantalla de luz y humanidad; se sienten humanos y frágiles, pero con la potencialidad de ser eternos.
El tiempo que tenemos es bastante woke: los personajes son de una clase social alta, con todo resuelto en la pirámide de Maslow; las diatribas y los diálogos complejos buscan respetar las minorías y empatizar siempre con el otro. Quizás en otros intérpretes no hubiese funcionado.
Pero lo cierto es que nos enamoramos de esta familia, nos preocupamos por ella y sus problemas del primer mundo, queremos que resuelvan sus rencillas, y discutimos sobre la decisión o no de ser padres. El universo que se crea en ellos es muy potente.
Pero la oscuridad siempre está. Ya sea en forma de una de las enfermedades más malaleche del mundo, o de un miedo primitivo a conectar con algo del pasado. Y son esas sombras las que terminan configurando a personajes tridimensionales y que nos permite empatizar con ellos.
Podemos enojarnos con sus decisiones, pero todas tienen un asidero y se discuten. El tiempo que tenemos es un gran complemento para La habitación de al lado, de Almodóvar, parece existir una discusión en la actualidad sobre la decisión de cómo finalizar el propio camino.
Lo dicho, al prenderse las luces del cine puede que alguna lágrima caiga sobre la butaca. Pero no de dolor o de frustración, sino por la idiosincracia propia de la vida. Ella, que es tan infame como preciosa.
0 comentarios