«Muere, Monstruo, Muere» (a partir de ahora MMM) es una película… extraña.
El adjetivo puede parecer peyorativo, pero lo cierto es que la segunda película en solitario de Alejandro Fadel se aleja totalmente del convencionalismo del cine argentino, con una obra visceral, distinta, extraña.
En un campo alejado de Mendoza, una mujer es asesinada de una manera muy sangrienta: decapitada. Lo que vemos es un plano en donde la cámara no corta hasta que la cabeza se desprende de su cuerpo. Desde el inicio sabemos que estamos viendo, una película de género (no tan comunes en nuestra cinematografía) pero con condimentos de algo más.
Porque a pesar de tener sangre, decapitaciones y hasta un monstruo, el tono de la película se balancea en un verosímil extraño (¿cuantas veces más usaré esa palabra?) donde los personajes hablan raro, todos sus textos son una suerte de soliloquio shakeasperiano y sus personalidades parecen formar parte de un universo onírico más que el real. En muchos aspectos recuerda a la película «Soñar, soñar» de Leonardo Favio.
La cuestión de género (todas las personas asesinadas son mujeres), los psicofármacos, el sexo y la culpa, la locura, la religión y la búsqueda de la verdad son los pilares en los que MMM se balancea construyendo pequeños oasis de momentos que van desde el terror, a la risa. Si a eso lo condimentamos con la banda sonora de Sergio Denis podemos empezar a entender un poco el espectáculo de dos horas al que nos exponemos una vez que entramos al cine.
Porque como bien dice su director, MMM es una experiencia cinematográfica. Será por la fotografía de Julián Apezteguia (que también hizo lo propio en «El Ángel«), que trabaja algunas paletas ochentosas y saturadas, con paisajes preciosos de la Mendoza no tan cool; o será quizás por el arduo trabajo de todos los que forman parte de «La unión de los Ríos«, la productora que lleva adelante este proyecto además de haberse hecho cargo de «El Estudiante» y «La Cordillera» de Santiago Mitre o «Los Salvajes«, la opera prima de Alejandro Fadel.
Y para el final del relato todo se resuelve con la aparición del monstruo que hace honor al título, un ente extraño (y van…), amorfo, sexual… algo que por sus colores y movimientos parece formar parte del paisaje rocoso mendocino, porque como dice uno de los protagonistas «¿no te das cuenta? yo soy el monstruo», que parece ser una respuesta a una de las frases que dice una de las policías femeninas «nos están matando a todas». ¿Todos somos el monstruo? Habrá que tener cuidado de recorrer los paisajes alejados de Mendoza, esa parte sin viñedos pero con motoqueros, luces de colores y sobre todo un monstruo.
Ese monstruo extraño.
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