En el Festival de Cine de Mar del Plata, siempre es menester prestar atención a Panorama – Hora Cero, para comprender que está pasando con el cine de género en el mundo. En este caso, y venida desde las costas galas una historia de licantropía made in Francia: Teddy, dirigida por Ludovic Boukherma.
¿De qué va? En los Pirineos, un lobo despierta la ira de los aldeanos. Teddy, de 19 años, sin diploma, vive con su tío adoptivo y trabaja en una sala de masajes. Su novia Rebecca pronto se graduará con un futuro brillante. Para ellos, les espera un verano normal. Pero una noche de luna llena, Teddy es arañado por una bestia desconocida. Las siguientes semanas, es atrapado por curiosos impulsos animales.
Teddy es más una coming of age que una película sobre hombres lobo. Todo se centra en el personaje del título (un cautivante Anthony Bajon) que intenta buscar su lugar en el mundo, desde un lugar cínico muy propio de la generación Z y viendo que todo se va desmoronando a su alrededor. Tiene un plan: tener su casa soñada y perfecta, pero para eso tiene que seguir viviendo con una familia disfuncional, y un trabajo que odia en donde enfrenta los embates sexuales de su jefa. Y siempre, el amor.
Rebecca (Christine Gautier) es el centro del universo de Teddy, el único lugar donde no se siente perdido. Con ella vive sus expectativas, sus viajes alucinógenos y sus frustraciones. Pero hay una mentira entre ellos dos, y esa mentira es el catalizador para el gran final… un muy Grand Guignol Finale.
Más amiga del hoy en boga «terror sofisticado», la película de Boukherma usa la licantropía como una forma de mostrar los cambios que Teddy atraviesa. Si cambia sus hábitos alimenticios, es por una razón de la historia, el crecimiento de las vellosidades responden también a situaciones personales que el personaje atraviesa y que sean parte de su transformación licantrópica es casi una excusa, un artificio.
Y es al final donde ambos elementos convergen. Como una suerte de Carrie (1976), el personaje de Teddy se mete en un torbellino de emociones que lo llevan a la transformación final, a cambiar de piel, a enfrentarse a nuevos retos… pero sólo vemos la consecuencia, no llegamos a ser testigos de esa necesidad de liberar tensión que tenemos luego de acompañar al protagonista en su viaje. Nos cortan antes de que podamos acabar, y luego vamos directamente a la escena en donde nuestra pareja está tomando un vaso con algo mientras chequea las historias en Instagram. Podría ser la falta de la figura del lobo en todo su esplendor (si sos amante del género lo estás esperando), o también evitar hacerse cargo de lo sangriento. ¿Qué sentido tiene matar a mansalva como venganza y no ver eso? ¿Por qué no quedarse simplemente con lxs responsables de su dolor? Ese camino en el que fuimos testigos de la transformación de Teddy se trunca para poner fast forward y volver a esa instancia de «te estoy contando la historia de un chico y no de un lobo».
Después de varias frustraciones personales con este «terror sofisticado», este es solo otro escalón más. Pero con acento francés.
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