La vuelta de Tim Burton
En una época plagada de secuelas, recuelas, remakes y franquicias, Tim Burton vuelve con su clásico de 1988 para demostrarnos que siempre se puede seguir jugando a pesar de la edad. Un clásico renovado, que no defrauda: Beetlejuice, Beetlejuice.
¿De qué va?
Después de una tragedia familiar inesperada, tres generaciones de la familia Deetz regresan a su hogar en Winter River. Aún atormentada por Beetlejuice, la vida de Lydia da un vuelco cuando su rebelde hija adolescente, Astrid, descubre el misterioso modelo de la ciudad en el ático y el portal al Más Allá se abre accidentalmente. Con problemas en ambos reinos, es solo cuestión de tiempo hasta que alguien diga el nombre de Beetlejuice tres veces y el travieso demonio regrese para desatar su propio tipo de caos.
Hay un mal endémico del cine de entretenimiento occidental hoy: la falta de originalidad. Bajo ese prisma, el regreso más de 30 años después de Beetlejuice a la pantalla grande podría ser motivo de indignación. Pero su director Tim Burton demuestra que no le importa.
Existe un miedo primitivo cuando un director de renombre vuelve a historias que realizó cuando más joven. Las ideas cambian (sino miren lo que sucede hoy con la creadora de Harry Potter) y nos cuesta separar a la obra del artista.
Pero ni bien inicia Beetlejuice, Beetlejuice nuestra mente comprende que sólo debemos dejarnos llevar por el juego. ¿La recompensa? Una sonrisa constante en el rostro, con mucho de nostalgia y algo de sorpresa.
La secuela del clásico de 1988 apuesta fuerte, y además de sumar a muchos del elenco original, suma nuevas figuras para las nuevas generaciones (y no tanto).
Lo más sorprendente es que siempre está ocurriendo algo. El guión (por demás arbitrario) no permite dejarnos pensar, abre varias líneas de acción con un protagonismo multifocal que cierra hacia el final.
¿Significa que funciona? No tanto. Pero es lo suficientemente imaginativo y fresco para que no nos detengamos a buscarle el error.
A eso se le suma una serie de conceptos filosóficos del otro mundo aplicados a la historia con una efectividad sorprendente (te estoy mirando a vos, Soul Train).
Y el artificio de no sobre-analizar también surge del trabajo interpretativo. Lo de Michael Keaton sigue siendo de excelencia como el bio-exorcista; cuando aparece, todo brilla.
Lo de Winona Ryder (que imita en un momento sus caras en los Oscar) y Catherine O’Hara es descomunal. Verlas es como encontrarse con alguien a quien no le pasó el tiempo, y sin embargo evolucionó.
La suma de Monica Bellucci (la mujer definitiva), Willem Dafoe y Jenna Ortega amplifican el mundo original a nuevos espacios. Logran sumar gracia, miedo y ternura.
A nivel realizativo se juega con diversas técnicas que maridan bien con el espíritu original, y que sorprenden en relación a la chatura actual. El tufillo a efecto práctico nos devuelve con una cachetada de nostalgia a esos finales de los ochenta.
Al final todo se reduce al amor y la familia. Porque además de chistes sexistas, almas succionadas, moco verde y otros fetiches, Beetlejuice siempre se apalancó en esos dos pilares.
La nueva generación, los pecados de los padres y la resolución del amor despechado es la línea madre que guía y permite llegar a un final con algo de lógica. En el medio varios chistes corporativos que funcionan muy bien y no son tan obvios como para mirar a la cámara.
Tim Burton decide desmpolvar sus petates y seguir jugando con ellos. Dejó de lado la pretensión de “seriedad” o convenciones de la actualidad para dar rienda suelta a su imaginación.
Y nosotros, inmersos en ese juego no podemos más que estar agradecidos. Y nos quedamos con muchas ganas de darle un gran abrazo a Bob.
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