Drácula: Mar de Sangre – Temporada de caza sobre el mar

por | 24-08-2023 | Cine, Reseñas | 0 Comentarios

Desde Rumania, con amor

Se suma en cines una nueva adaptación del mito del vampiro pergeñado por Bram Stoker, ahora contando su travesía de Rumania a Inglaterra. Drácula: Mar de Sangre (The Last Voyage of the Demeter, 2023) demuestra dos cosas importantes. Primero, que no es necesario utilizar ninguna de las palabras originales del título en su traducción a otros idiomas; segundo, que el terror clásico y victoriano nunca pasa de moda.

¿De qué va?

El barco mercante «Demeter» parte de los Balcanes para entregar en Londres 50 cajas de madera sin clasificar. La tripulación descubre que viaja con ellos un vampiro sediento de sangre que convertirá la travesía en una pesadilla.

Dirigida por André Øvredal, noruego que nos llenó de pesadillas con La autopsia de Jane Doe (The Autopsy of Jane Doe, 2016), nos llevó a vivir el miedo a los gigantes de una manera singular en The Troll Hunter (2010) y se aventuró en el terror ATP producido por Guillermo del Toro en Historias de miedo para contar en la oscuridad (Scary Stories to Tell in the Dark, 2019); adapta un momento muy particular de la vida de Conde Chupasangre de Transilvania.

El capítulo del libro original de Bram Stoker, más precisamente el séptimo, nos lleva de la mano en la historia a través de anotaciones del capitán del barco Demeter, que partió de Europa del Este al Reino Unido con un cargamento algo… siniestro.

El mito del empalador Vlad III de Valaquia (Rumania) no conoce de límites o temporalidades. La mayoría quizás recuerde a principios de los noventas a Drácula, de Bram Stoker (Bram Stoker´s Dracula, 1992) dirigida por Francis Ford Coppola y protagonizada por Gary Oldman.

En esa versión todo es mucho más victoriano y barroco, con castillos gigantescos y laberínticos, calles húmedas y polvorientas, y mucha estilización; desde la actuación, la fotografía, el peinado, el maquillaje y los vestuarios. Bueno, en el caso de esta nueva iteración del clásico no van a encontrar nada de eso.

Drácula: Mar de Sangre tiene más puntos de contacto con Nosferatu (1922) de Murnau, con sus oscuridades, las sombras moviéndose en los extremos desgastados del celuloide… y alejándose del mito vampírico, con películas como La reliquia (The Relic, 1997) o Mimic (1997) del ya nombrado Guillermo del Toro. No existen las coincidencias, ya que ambas películas se estrenaron en 1997 y acompañaban a personajes entregados a ser cazados por entes alejados de la luz.

André Øvredal sabe donde poner la cámara. Su filmografía está llena de experimentos que buscan salir de la norma de lo establecido por el cine occidental, y en su nueva película lo explota con mucha conciencia.

Algunos movimientos de cámara, y planos cerrados en diagonal nos hacen sentir más cerca del mundo de El despertar del diablo (Evil Dead, 1981) de Sam Raimi, que de cualquier película de terror genérica actual. Sin embargo, eso se viste con un valor de producción muy alto en donde el arte, el vestuario, los maquillajes y todo lo que la puesta en escena escupe a los ojos del espectador son de primer nivel. Algo no tan común en un género algo cansino y que apunta a un público más joven.

Y el barco… el noventa por ciento de la película se desarrolla arriba del Deméter y podemos sentir la madera húmeda, escuchamos el crujir de la historia en altamar, hasta podemos llegar a marearnos con lo que nos muestran. Acostumbrados a observar personajes asombrándose con una pantalla verde a sus espaldas, se agradece el palpar lo que rodea al universo de estos personajes.

Drácula es la estrella de este show, aunque lo veamos poco. Como sucedía en Alien – El octavo pasajero (Alien, 1979) la construcción se va formando a fuego lento, y cuando enfrentamos al monstruo en todo su esplendor, estamos cerca de llegar al final. Eso sí: las pocas veces que vemos su cuerpo atacando a las víctimas no vemos un efecto digital, también se agradece la utilización de efectos prácticos cuando es menester.

El demonio dragón de Rumania atraviesa todo el arco: comienza hambriento y debilitado, pero con un objetivo claro y mucha determinación. Pero por sobre todas las cosas, un plan; porque a pesar de sus estilos animales y sedientos de hemoglobina es un inmortal con muchas vidas encima. «Parecen no entenderlo. Yo no estoy encerrado con ustedes, ustedes están encerrados conmigo.» como grita Rorschach en Watchmen: los vigilantes (Watchmen, 2009).

El diseño recuerda más a las criaturas de The Strain (2014) -nuevamente, de Guillermo del Toro- que al señorial Gary Oldman. Y hacia el final, cuando tiene su forma definitiva, logra generar terror y sorpresa.

Los momentos sangrientos están correctos y los personajes tienen cierta tridimensionalidad que los hace menos descartables; la elección de Corey Hawkins como Clemens (el protagonista) le suma un comportamiento muchas veces fuera de registro, al borde de la sobreactuación. Pero ahí aparece Liam Cunningham como el Capitán Eliot para poner la cuota de presencia y seriedad necesaria; completa el tridente protagonista el incombustible Javier Botet como Drácula.

El arte y todo lo que toma la cámara: las lluvias constantes, la fotografía entre azules y amarillos, las sombras, las muertes… todo es correcto. ¿Entonces por qué no se convierte en una experiencia de saciedad completa?

Drácula: Mar de sangre es una película casi academicista: todo es correcto y está dentro de lo que se permite y se ve bien de cara a la sociedad consumidora de este tipo de productos. Lo que cuenta lo hace de la manera esperable y todo se resuelve sin inconsistencias. Sin embargo parece carecer de alma.

Las situaciones se desarrollan frente a nuestros ojos, mientras nuestro cerebro nos grita “¡esto te lo vas a olvidar en veinte minutos, al salir de esta sala!”. Nos maravillan los ataques, conocemos a los personajes, pero nunca nos llega a afectar lo que sucede. Y tengamos en claro que se rompen reglas muy claras para el espectador promedio.

Pero nada de eso parece calar dentro del cuerpo o nuestros sentimientos. Como si fuese un vampiro desdentado, se acerca pudiéndose sentir su olor putrefacto, pero al mordernos nada sucede. Incluso hacia el final buscan crear una necesidad de más historias, pero mientras ruedan los créditos estamos seguros que no sucederá.

Correcta en todos los sentidos, con una fotografía y arte muy superiores a la media, Drácula: Mar de sangre busca enamorar a una platea que está necesitando algo más que solo la perfección estilística y de forma. Habrá muchos más intentos con esta franquicia literaria… se nos escapan los colmillos al pensar en ello.

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Elian Aguilar
Escritor, cineasta, fanático de los comics, las peliculas y las series. Geek desde temprana edad, cuando descubrí que los kryptonianos podían morir y que existía la alegría a 24 fotogramas por segundo. Coleccionista acérrimo que no mide el espacio de sus colecciones. La revista Cine Fantástico y Bizarro me hace feliz y el Festival de Cine de Género Buenos Aires Rojo Sangre es mi lugar en el mundo.

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