Denis Villeneuve vuelve sobre los Fremen
El director responsable de Arrival y Enemy, vuelve a las arenosas fuentes de Arrakis para continuar la batalla por el control del poder, la venganza de la casa de Atreides y las maquinaciones de las Bene Gesserit. Duna: Parte 2 es una experiencia fuera de este mundo.
¿De qué va?
El viaje mítico de Paul Atreides continúa mientras se une a Chani y los Fremen en una guerra de venganza contra los conspiradores que destruyeron a su familia. El comienzo de un viaje espiritual y marcial para convertirse en mesías, mientras intenta evitar el horrible pero inevitable futuro que ha presenciado: una Guerra Santa en su nombre, que se extiende por todo el universo conocido
Denis Villeneuve es un autor. Lo dejó claro hace tiempo, y ha sido constante. Su cine no es de consumo rápido o franquiciado. Como director, lo amás o te es demasiado ominoso.
Dune, la novela de Frank Herbert, tiene un sentimiento similar. Es una obra seminal de la ciencia ficción especulativa, es gigante y compleja. Casi que es un suicidio autoral hacerse cargo de ella. Pero como antaño lo hizo David Lynch, el director canadiense tomó las riendas para convertir el clásico en algo popular en este milenio.
Duna: Parte 2 es todo lo que contó la primera parte, pero mucho más.
La música de Hans Zimmer es aún más épica y tiene mayor presencia; los efectos visuales y la fotografía nos llevan a un mundo diferente al nuestro con escenas inolvidables; el variado elenco nos sorprende o reconfirma nuestros gustos actorales; y de fondo queda la obra.
Porque Villeneuve ha logrado lo impensando: poder adaptar algo de un dispositivo a otro, sin perder lo que lo hacía único, pero sin perjudicar al relato audiovisual. Algo similar a lo realizado por Peter Jackson en la trilogía de El Señor de los Anillos.
La obra original es gigante. Y tiene conceptos que aún (y con dos películas a cuestas) Denis ni nombró. Pero sin embargo ahí está Duna.
Realizativamente Duna: Parte 2 es un espectáculo visual mayúsculo. Pocas veces visto. Vivir esa experiencia en el IMAX es una manera de volverse a enamorar del séptimo arte.
Cada tiempo, cada compás del montaje, cada tamaño de plano parece ser perfecto. El esculpir del tiempo del que hablaba Andréi Tarkovski en su máxima expresión. Nada parece librado al azar.
Si la primera parte tardaba en arrancar era para darle entidad a esta parte. Vuelvo a la trilogía de Tolkien: si no conocíamos bien a la comunidad del anillo, nada tenía sentido en las dos continuaciones. El camino del protagonista (un muy correcto Timothée Chalamet) es más claro y con sus claroscuros definidos.
La secuencia de la que todos se quejaban de su falta, la cabalgata en gusano de arena, logra sorprender y quitar el aliento en partes iguales. Un grado de épica que convierte esta saga en un clásico total.
Y hacía tiempo que no aparecían nuevos clásicos.
Todos aprendimos a amar al Universo Cinematográfico de Marvel o a la saga de Rápidos y Furiosos. Pero esto es otra cosa.
Las maquinaciones de las mujeres que mueven este universo, personificadas en las ponzoñosas Bene Gesserit, y la estructura de batallas en tierra Fremen de Guerras de Guerrillas le insumen a Duna un argumento adulto y no pre-masticado.
No es una película pasatista, no es una película no-brainer. Podrá gustarte o no, pero a la salida de la sala te invade un agotamiento físico, por algún lado te interpela.
Zendaya, Josh Brolin, Austin Butler, Florence Pugh, Léa Seydoux, Stellan Skarsgård y Dave Bautista tienen sus momentos para brillar. Pero lo realizado por Rebecca Ferguson, Christopher Walken y Óscar Javier Bardem es de otro nivel.
Duna: Parte 2 es una gota de esperanza en un desierto de franquicias sin alma y algo desvencijadas, que agotaron una fórmula que acentúa lo desnudo que está el rey. Es una apuesta -con mucho que perder- a un modelo adulto y profundo.
No deja de lado el valor del espectáculo, pero bebiéndolo con moderación. Sin lugar a dudas, la llegada de un nuevo Mesías, de esos que hacen falta desde que apareció el falso profeta de las novelas Young Adults. Denis Villeneuve volvió a hacernos creer que otro mundo es posible.
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