Ohana significa familia
Disney vuelve a la carga con el live-action de un clásico de la última etapa fuerte de animación del estudio del ratón: Lilo y Stitch. Una adaptación que se aleja un poco de la original para acomodarse a la idea de «que se entienda más para los más chicos». ¿Es tan así?
¿De qué va?
Lilo Pelekai es una niña de 6 años que vive en Hawái anhelando tener un mejor amigo. Tras la trágica
muerte de sus padres, ella y su hermana mayor Nani, quien tiene 18 años, se ven obligadas a enfrentarse
solas a la vida. Lilo lleva a casa una criatura salvaje e impulsiva que parece decidida a sembrar el caos.
Ya era algo grande cuando estrenó Lilo y Stitch, así que nunca la había visto completa de principio a fin. Capaz la arrancaba empezada en el televisor, o secuencias específicas en algún que otro video. Así que antes de ver la remake me dispuse a ver la original… ¡Gran error!

La película original es una belleza visual, con fondos acuarelados y animación a mano, que se define por un guión inteligente donde la repetición construye el chiste, los personajes viven en un mundo de claroscuros y el tercer acto te estruja el corazón.
Los tiempos cambian y con eso los relatos. Hoy, hacer una película infantil es reducirla a situaciones burdas con humor físico primitivo, malos y buenos claros y estáticos, más un acento en la bajada ideológica y moral del final. Y esta versión cae un poco en eso.

De la playa de ensueño y las calles de casa bajas, pasamos a un Hawái de la gentrificación y los hoteles all inclusive. Los chistes sutiles se convierten en algo burdo y obvio, intentando conectar con situaciones del pasado (como el chiste del mal bronceado, y el helado que se le cae) o cayendo en simplificaciones que parecen decir «sino, los nenes no lo entienden».
Eso sí, lo de Stitch es de otro planeta. La calidad y adaptación parece traernos a un alienígena capaz de existir en nuestro mundo. La manera de mezlcar la actuación, las texturas y la iluminación son de lo mejor en muchos años. No pasa lo mismo con el resto de la realización.

Todo parece falso o de mala calidad: las escenas en la playa o dentro de la casa de la familia Pelekai recuerdan a publicidades de baja estirpe o a un episodio de alguna serie de Disney Channel. La iluminación y el vestuario vuelven a fallar, como sucedió con la reciente Blancanieves.
Las actuaciones son correctas, sobre todo de la debutante protagonista; pero la elección de, por ejemplo, Zach Galifianakis se siente fuera de timing y estilo. Algunas decisiones narrativas, como la de desdoblar personajes de la original, o desaparecer otros, conspiran en contra del entramado total.

Seguramente, para toda una nueva generación, Stitch se va a convertir en su deseo máximo de mascota o compañero de aventuras porque la adaptación es correcta. Sin embargo, existiendo una original más cargada de tensión, desparpajo y juego, uno no puede lamentarse más sobre la actualidad.
Lo viejo funciona. Lo bueno es que ambas coexisten, y seguirán existiendo para diferentes generaciones. «Siempre tendremos París», decía Bogart; y sabemos que las buenas historias nunca nos abandonan…
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