Chimuelo regresa más vivo que nunca
En una época donde la novedad es una adaptación, una secuela o una remake, aparece un nuevo monstruo: llevar a vida real las películas animadas que conmovieron nuestro mundo. Desde Berk, Hipo y Chimuelo nos dan la esperanza de que no siempre esto es una mala idea en Cómo entrenar a tu dragón.
¿De qué va?
En la escarpada isla de Berk, donde vikingos y dragones han sido enemigos acérrimos durante generaciones, Hipo llama la atención por ser diferente. Hipo, el ingenioso pero ignorado hijo del jefe Estoico el Vasto, desafía siglos de tradición cuando se hace amigo de Chimuelo, un temido dragón Furia Nocturna. Su insólito vínculo revela la verdadera naturaleza de los dragones, desafiando los fundamentos de la sociedad vikinga.
Hay un tema musical de Sabina que dicta: «al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver». Una suerte de mantra sobre la posibilidad del desencanto. Con la experiencia tan próxima de la adaptación de película animada a live action de Lilo y Stitch, todo podía ser dolor en el mundo de Berk.

Cómo entrenar a tu dragón es una trilogía animada, más algunas series en formato spin off, que se basa en los libros de Cressida Cowell. Con una historia repleta de emoción, acción, oscuridad y rendención, se convirtió en un nuevo clásico animado, lugar que comparte con joyas como Shrek o Mi villano favorito.
¿Era necesario reversionarla con actores reales? Quince años pasaron desde el estreno de la primera parte, no tanto tiempo como para interpelar a una nueva generación… ¿o si?. El diferencial es la presencia del director original de la trilogía: Dean Debois, que tiene la titánica tarea de reinventar su propia mirada en un formato similar y a la vez completamente diferente.

¿Lo bueno? La nueva adaptación es casi calcada plano a plano de la película original. ¿Lo malo? Eso mismo. Cómo entrenar a tu dragón es una experiencia inmersiva, emocional, tensa y fresca… pero no aporta nada nuevo al mito construido. Es un camino similar al de George Lucas con sus Star Wars: la posibilidad de «arreglar» la propia obra sin modificarla demasiado.
Pero acá no había nada que arreglar. Todo lo que funciona de maravillas en la nueva adaptación, es lo que ya funcionaba en la película animada original, las secuencias se hilvanan de igual manera, con pequeños (y efectivos) cambios que no modifican nada del espíritu originario. Los personajes tienen alma y corazón, siendo tan funcionales a la trama, como reales en esa narrativa.

¿Entonces, cuál es la búsqueda? ¿Conformar un nuevo bloque de fanáticos de los dragones, que no hayan visto la original y se maravillen con esta adaptación? ¿Fidelizar fuertemente a la masa de fanáticos originales? Este modelo, utilizado por Disney estos últimos años, no fue totalmente efectivo, ni en críticas ni taquilla. Esta pregunta no parece aún contener una respuesta clara.
Cómo entrenar a tu dragón absorbe como papel secante todos los puntos positivos del material original para recargarle un boost de calidad con las actuaciones. Mason Thames y Nico Parker (que interpretan a Hipo y Astrid) mantienen la epicidad y tensión romántica de sus contrapartes.
Pero todo se vuelve premium con la presencia de Gerard Butler como Estoico, que repite el papel animado poniéndole el cuerpo y sumándole un aura de humanidad. Y en el medio de todo eso, el ala que conjuga todas las líneas narrativas del pueblo de Berk: Nick Frost como Bocón. El personaje que menos se parece al original, y que cada vez que aparece en pantalla todo brilla más.

El maquillaje, peinado (la perfección del pelo de Hipo no tiene sentido) y vestuario nos dan esperanza luego de las aberraciones en productos como Blancanieves, al igual que los decorados, que se sienten reales y cercanos. Pero el punto más fuerte son los efectos visuales: una calidad superior, con un diseño de dragones a la altura de la apuesta.
Cómo entrenar a tu dragón se resiente en un sólo punto: que hace quince años descubrimos Berk y sus secretos, y desde ahí nos enamoramos para siempre. Repitiendo la misma historia, plano a plano, no nos dejamos de emocionar, pero ya no nos sorprendemos. Quizás haya una nueva generación que mire el cielo y lo imagine lleno de dragones.
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