Uno de los grandes animadores del mundo regresa
Luego de haber anunciado su retiro, Miyazaki se tomó seis años para esta película animada con mucho condimento de su propia historia. El niño y la garza de Hayao Miyazaki es otra muestra de la calidad del director y de Estudio Ghibli. Sin embargo, la autorreferencia (que a veces se vuelve autoparodia) y la apatía en las relaciones entre los personajes le quitan potencia a la imagen completa.
¿De qué va?
Estamos en la Guerra del Pacífico, 1943. Mahito, un joven de 12 años, lucha por asentarse en una finca alejada de la ciudad tras la muerte de su madre en un incendio. Su padre rehizo su vida con la hermana menor de su difunta esposa, que espera un hijo. Cuando una garza parlante le cuenta a Mahito de que su madre sigue viva, éste entra en una torre abandonada que lo lleva a otro mundo.
El maestro Miyazaki
Hayao Miyazaki, el maestro japonés de la animación, ha forjado un legado cinematográfico inigualable a lo largo de su vida. Con 83 años, el cofundador de Estudio Ghibli, se despachó con obras maestras como Mi Vecino Totoro (Tonari no Totoro, 1988) y El Viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no Kamikakushi, 2001). Miyazaki no solo ha marcado tendencia en la industria de la animación manteniendo el uso tradicional, sino que ha trascendido fronteras, conquistando corazones en todo el mundo con sus relatos autóctonos y a la vez globales, sumado a personajes inolvidables. Su capacidad para mezclar la fantasía con la profundidad emocional de la existencia humana enamora a grandes y chicos.
Todo fue alegría cuando, luego de haber anunciado su retiro, decidió regresar para realizar una película “que pueda mostrarle a su nieto”, con el arreglo que sería totalmente personal. Una suerte de testamento en vida de su propia existencia. La historia está basada en Kimi-tachi wa Dō Ikiru ka (¿Cómo vives?), novela de Yoshino Genzaburō publicada en 1937. Allí un adolescente llamado Honda Jun’ichi (y de apodo Kopero), de 15 años, busca abrirse paso en el mundo y ganarse un lugar en pleno proceso de maduración.
Pero eso fue sólo la inspiración, ya que Miyazaki quiso agregar elementos de su propia existencia a veces de manera sutil y otras más evidentes. Nacido en 1941, en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, Hayao tuvo sus primeros recuerdos marcados a fuego por el conflicto bélico. Las explosiones y los fogonazos fueron sus primeras compañías y lo marcaron para siempre, algo que se evidencia en la situación de Mahito en la nueva película.
El largo proceso y la pérdida
Lo que no sabía el director era que la película iba a convertirse en algo incluso más personal de lo que creía. Según Toshio Suzuki, el ejecutivo de Ghibli y productor, Miyazaki armó la estructura de “El niño y la garza” donde él es Mahito, Suzuki la garza e Isao Takahata, el director y cofundador del estudio, al tío abuelo del protagonista. Miyazaki tomó esa decisión, porque siempre creyó que Takahata descubrió su talento y lo ayudó a crecer, mientras que Suzuki es la garza porque ambos tienen una relación “en la que no se dan por vencidos, ni se tiran ni se empujan”.
El niño y la garza comenzó su producción en 2016 y fue estrenada siete años después. En medio de ese largo proceso Miyazaki tuvo que enfrentar un triste momento que marcaría, de ahí en más, el rumbo del proyecto: el 5 de abril de 2018 fallecía Takahata, cofundador de Ghibli y amigo de toda la vida. Esto atrasó aún más el proyecto y alteró levemente la historia, Hayao le quitó foco al personaje del tío abuelo y centró toda la atención en la relación entre Mahito y la garza.
Toshio Suzuki recuerda que en los storyboards, mientras se diagramaba el proyecto, nunca aparecía la figura del tío abuelo hasta que entendió cuánto le dolía a Miyazaki el traerlo a la vida a través del lápiz. Este proceso le llevó casi un año luego del fallecimiento de su mentor para poder comenzar a dibujarlo.
Viaje a lo desconocido
El niño y la garza tiene una estructura reconocible en la filmografía de Hayao: un personaje menor de edad atraviesa el famoso viaje que propone Joseph Campbell, el camino del héroe, para sanar o entender alguna situación en su vida actual terrenal. La diferencia radica en que la explicación en lugar de ser mágica podría entenderse a través de la ciencia ficción.
Mahito no puede reformular su existencia, la pérdida de su madre entre el fuego lo llevó a estancarse. Se autoflagela para no interactuar con otros chicos en el colegio, y se sorprende al enterarse que su padre rehizo su vida con… su cuñada. Pero la llegada a una finca con una casa gigante y siete mujeres mayores de edad (¿alguien dijo Blancanieves?) lo llevan a una aventura que involucra seres mágicos y viajes en el tiempo.
Las aves (la garza, los pelícanos, las cotorras) son las figuras de esta narrativa, convirtiéndose en agentes del caos de un sistema en donde no existen buenos o malos. Mientras que la figura del “arquitecto” que vive en la torre escondido del resto (¿alguien dijo El mago de Oz?) comienza un plan para encontrar a su sucesor. Y aunque aún no comprende lo que sucede, Mahito decide adentrarse en la aventura cuando su tía y madrastra Natsuko se pierde en el bosque.
Algo nuevo pero reconocible
Al ser la obra más personal del director, también es la más auto homenajeada de su carrera. Muchos elementos se sienten como ya vistos, aunque no dejan de ser hipnóticos. Al cruzar la puerta de la torre, nuestro protagonista viaja al más allá con reminiscencias al río Estigia o al mito de la figura de la esposa de Lot u Orfeo y Eurídice (cuando Kiriko le dice al protagonista que no mire para atrás). También hay referencias al pasaje de las almas al cuerpo de nuevos nacimientos (con momentos muy Soul) y puertas a diferentes escenarios y tiempos, que ya vimos en otros contenidos.
Sin embargo, la relación entre los personajes es lo más flojo de El niño y la garza. Empatizamos con Mahito y todo lo que le sucede, pero él siempre se maneja de manera muy apática a todo lo que le rodea. No parece sentir en su corazón todo lo que atraviesa, sino que es más pragmático: tiene un plan y lo lleva a cabo. Incluso al conocer a Himi parece no darle la relevancia que ese hecho tiene.
A nivel visual, mantener el dibujo a mano le permite una elasticidad a la imagen que tiene algo de espectral y que suma al tono, aunque algunas acciones se sienten “lentas” por momentos. La película volvió a ser un éxito y ganó el Globo de Oro a la mejor película animada (transformándose así en la primera película de animación tradicional y extranjera en recibir el premio).
¿Habrá sido el canto de cisne de Hayao Miyazaki? Habiendo salido del retiro autoimpuesto para dar a luz esta obra tan personal y única, nos queda pedir con muchas fuerzas otra obra de este director único.
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